Nombre Fecha:
Lengua y literatura. Diciembre 2014
EL GATO - Hector A. Murena
¿Cuánto tiempo llevaba
encerrado?
La mañana de mayo velada
por la neblina en que había ocurrido aquello le resultaba tan irreal como el día de su
nacimiento, ese hecho acaso más cierto que ninguno, pero
que sólo atinamos a recordar como una increíble idea. Cuando descubrió, de
improviso, el dominio secreto e impresionante que el otro ejercía sobre
ella, se decidió a hacerlo. Se dijo que quizás iba a obrar en nombre de
ella, para librarla de una seducción inútil
y envilecedora. Sin embargo, pensaba en sí mismo, seguía un camino iniciado
mucho antes. Y aquella mañana, al salir de esa casa, después que todo hubo
ocurrido, vio que el viento había expulsado la neblina, y, al levantar la vista
ante la claridad enceguecedora, observó en el cielo una nube negra que parecía
una enorme araña huyendo por un campo de nieve. Pero lo que nunca olvidaría era
que a partir de ese momento el gato del otro, ese gato del que su dueño se
había jactado de que jamás lo abandonaría, empezó a seguirlo, con cierta
indiferencia, con paciencia casi ante sus intentos iniciales por ahuyentarlo,
hasta que se convirtió en su sombra.
Encontró esa
pensionucha, no demasiado sucia ni incómoda, pues aún se preocupaba por ello.
El gato era grande y musculoso, de pelaje gris, en partes de un blanco sucio.
Causaba la sensación de un dios viejo y degradado, pero que no ha perdido toda
la fuerza para hacer daño a los hombres; no les gustó, lo miraron con
repugnancia y temor, y, con la autorización de su accidental amo,
lo echaron. Al día siguiente, cuando regresó a su habitación, encontró al gato
instalado allí; sentado en el sillón, levantó apenas la cabeza, lo miró y
siguió dormitando. Lo echaron por segunda vez, y volvió a meterse en la casa,
en la pieza, sin que nadie supiera cómo. Así ganó la partida, porque desde
entonces la dueña de la pensión y sus acólitos renunciaron a la lucha.
¿Se concibe que un gato
influya sobre la vida de un hombre, que consiga modificarla?
Al principio él salía
mucho; los largos hábitos de
una vida regalada hacían que aquella habitación, con su lamparita de luz
amarillenta y débil, que
dejaba en la sombra muchos rincones, con sus muebles sorprendentemente feos y
desvencijados si se los miraba bien, con las paredes cubiertas por un papel
listeado de colores chillones, le resultaba poco tolerable. Salía y volvía más
inquieto; andaba por las calles, andaba, esperando que el mundo le devolviera
una paz ya prohibida. El gato no salía nunca. Una tarde que él estaba apurado
por cambiarse y presenció desde la puerta cómo
limpiaba la habitación la sirvienta, comprobó que ni siquiera en ese
momento dejaba la pieza: a medida que la mujer avanzaba con su trapo y su
plumero, se iba desplazando hasta que se instalaba en un lugar definitivamente
limpio; raras veces había descuidos, y entonces la sirvienta soltaba un
chistido suave, de advertencia, no de amenaza, y el animal se movía. ¿Se
resistía a salir por miedo de que aprovecharan la ocasión para echarlo de nuevo
o era un simple reflejo de su instinto de comodidad? Fuera lo que fuese, él
decidió imitarlo, aunque para forjarse una especie de sabiduría con lo que en
el animal era miedo o molicie.
En su plan figuraba
privarse primero de las salidas matutinas y luego también de las de la tarde;
y, pese a que al principio le costó ciertos accesos de sorda nerviosidad
habituarse a los encierros, logró cumplirlo. Leía un librito de tapas negras
que había llevado en el bolsillo; pero también se paseaba durante horas por la
pieza, esperando la noche, la salida. El gato apenas si lo miraba; al parecer
tenía suficiente con dormir, comer y lamerse con su rápida lengua. Una noche muy fría, sin embargo, le dio
pereza vestirse y no salió; se durmió enseguida. Y a partir de ese momento todo
le resultó sumamente fácil,
como si hubiese llegado a una cumbre desde la que no tenía más que descender.
Las persianas de su cuarto sólo se abrieron para recibir la comida; su boca,
casi únicamente para comer. La barba le creció, y al cabo puso también fin a
las caminatas por la habitación.
Tirado por lo común en
la cama, mucho más gordo, entró en un período de singular beatitud. Tenía la
vista casi siempre fija en las polvorientas rosetas de yeso que ornaban el
cielo raso, pero no las distinguía, porque su necesidad de ver quedaba
satisfecha con los cotidianos diez minutos de observación de las tapas del
libro. Como si se hubieran despertado en él nuevas facultades, los reflejos de
la luz amarillenta de la bombita sobre esas tapas negras le hacían ver sombras
tan complejas, matices tan sutiles, que ese solo objeto real bastaba para
saturarlo, para sumirlo en una especie de hipnotismo. También su olfato debía
haber crecido, pues los más leves olores se levantaban como grandes fantasmas y
lo envolvían, lo hacían imaginar vastos bosques violáceos, el sonido de las
olas contra las rocas. Sin saber por qué comenzó a poder contemplar agradables
imágenes: la luz de la lamparita -eternamente encendida- menguaba hasta
desvanecerse, y, flotando en los aires, aparecían mujeres cubiertas por largas
vestimentas, de rostro color sangre o verde pálido, caballos de piel
intensamente celeste...
El gato, entretanto,
seguía tranquilo en su sillón.
Un día oyó frente a su
puerta voces de mujeres. Aunque se esforzó, no pudo entender qué decían,
pero los tonos le bastaron. Fue como si tuviera una enorme barriga fofa y
le clavaran en ella un palo, y sintiera el estímulo, pero tan remoto, pese a
ser sumamente intenso, que comprendiese
que iba a tardar muchas horas antes de poder reaccionar. Porque una de las
voces correspondía a la dueña de la pensión, pero la otra era la de ella,
que finalmente debía haberlo descubierto.
Se sentó en la cama.
Deseaba hacer algo, y no podía.
Observó al gato: también
él se había incorporado y miraba hacia la persiana, pero estaba muy sereno. Eso
aumentó su sensación de impotencia.
Le latía el cuerpo entero, y las voces no paraban. Quería
hacer algo. De pronto sintió
en la cabeza una tensión tal que parecía que cuando cesara él iba a deshacerse, a disolverse.
Entonces abrió la boca, permaneció un instante sin saber qué buscaba con
ese movimiento, y al fin maulló, agudamente, con infinita desesperación,
maulló.
1. Clasificar el texto según su género y
subgénero literario. Justificar respuesta. Hacer el cuadro de inicio de toda
comprobación de lectura con el texto dado. Resumir , en no más de cinco
renglones, el relato.
2. Reemplazar las frases o palabras en
negrita y cursiva por sinónimos o paráfrasis.
3. Explicar por qué llevan tilde o no las palabras
en minúscula encima de la línea del texto. (ocho) Transformar dos de ellas en
sobreesdrújulas. Extraer dos monosílabos que pudieran tener un par diacrítico y
explicar el significado- uso de c/u. Definir palabra aguda y dar la regla de
acentuación de graves.
4. Extraer del texto: a) dos sustantivos
abstractos; b) dos nexos coordinantes; c) dos adverbios; d) Un verbo
cuasirreflejo y uno reflejo puro. ; d) tres pronombres de diversa clase.
Especificar su clase; e) dos frases verbales de distinto tipo; f) una cei; g)
dos verbos copulativos con sus correspondientes PSO.
5. Analizar sintácticamente las oraciones
subrayadas.
6. Explicar si los verbos subrayados y en
negrita son regulares o no. Decir en qué
cadena son irregulares. Explicar la irregularidad.
7. Transformar alguna oración en discurso
indirecto en directo. Cuidar puntuación.
8. Transformar el punto anterior en el
diálogo de una obra teatral.
Buenas vacaciones!!! Nos vemos a la vuelta,
Mariana